En 1920 Sigmund Freud, el padre del Psicoanálisis, escribe “Más allá del Principio del Placer”. En dicho texto Freud explica más ampliamente conceptos, ya expuestos por el en obras anteriores, como la Compulsión a la repetición. Para explicar la compulsión a la repetición nos cuenta como su nieto Ernst, de 18 meses, hace aparecer y desaparecer un carrete diciendo “Fort-Da” (allá/acá) en un intento de controlar el displacer cuando la madre no estaba presente.
Pero vayamos por partes, en el primer capítulo el psicoanalista austríaco desecha su teoría original del dominio del principio del placer sobre el curso de los procesos psíquicos.
En el segundo y tercer capítulo se ocupa de las neurosis traumáticas (en la actualidad denominadas Trastornos de estrés postraumático) y de los sueños repetitivos que tienen los sujetos que padecen tal tipo de neurosis.
En “Más allá del principio del placer” también dedica Freud muchas páginas a uno de sus conceptos metapsicológicos más controvertidos: la “pulsión de muerte“. Comienza diciendo en el cuarto capítulo: “Lo que sigue es pura especulación y a veces harto extremada que le lector aceptará o rechazará según su posición particular en estas materias. Constituye, además, un intento de perseguir y agotar una idea, por curiosidad de ver hasta donde nos llevará”. Más adelante en este capítulo escribe: “Todo organismo vivo regresa a lo inorgánico “por razones internas” porque “la meta de toda vida es la muerte, y, retrospectivamente: lo inanimado estuvo ahí antes que lo vivo……….Las pulsiones orgánicas conservadoras … no pueden sino despertar la engañosa impresión de que aspiran al cambio y al progreso, cuando en verdad se empeñaban meramente por alcanzar una vieja meta a través de viejos y nuevos caminos… La meta de toda vida es la muerte”.
En consecuencia Sigmund Freud acaba distinguiendo dos tipos de pulsiones: las que llevan la vida hacia la muerte (pulsión de muerte) y otras que conducen a la renovación de la vida (pulsión de vida). Para Freud las pulsiones sexuales son las que preservan la vida de la especie.
En el séptimo y último capítulo finaliza diciendo: “Debemos ser pacientes y esperar la aparición de nuevos medios y motivos de investigación, pero permaneciendo siempre dispuestos a abandonar, en el momento que veamos que no conduce a nada útil, el camino seguido durante tiempo. Tan solo aquellos crédulos que piden a la ciencia un sustitutivo del abandonado catecismo (los que en la actualidad llamamos cientificistas) podrán reprochar al investigador el desarrollo o modificación de sus opiniones. Por lo demás, dejemos que un poeta nos consuele de los lentos progresos de nuestro conocimiento científico: Si no se puede avanzar volando, bueno es progresar cojeando, pues está escrito que no es pecado el cojear”. En estas líneas es fácil ver la categoria científica de